Mirar a Jesús Nazareno como Hijo de Dios y camino para la vida eterna.
Citas:
1ª lectura: Génesis 22,1-2.9-13.15-18.
Salmo: 115 Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.
2ª lectura: Romanos 8, 31b-34.
Evangelio: Marcos 9,2-10.
Comentario: En esta vida, para alcanzar el bien para nosotros y para todos los demás es evidente que hay que trabajar y realizar esfuerzos y sacrificios; pero primero hemos de preguntarnos ¿Cuáles son nuestros anhelos y deseos? Y para conseguirlos ¿A qué estamos dispuestos a renunciar, a entregar, a sacrificar?
A pesar de nuestros trabajos, esfuerzos y sacrificios es evidente que el resultado final no depende únicamente de nosotros, sino también de los demás; y en último término siempre estamos en manos del Dios de la vida.
Aunque pudiera parecernos que Dios nos exige dar lo máximo, incluso el sacrificio de nuestras vidas, no es así, pues sería un Dios sin corazón; por eso lo que hace es ofrecernos otros caminos diferentes al sacrificio y a la muerte humana, mostrándonos su amor infinito que es lo que da la verdadera felicidad y la salvación, abriéndonos a ese misterio de poder participar de su eternidad. De ninguna manera quiere Dios que le sacrifiquen personas en su nombre; siempre proveerá otras alternativas para el bien, la felicidad y la vida digna de los seres humanos; pues no es un dios de muertos sino de vivos; por eso es él mismo quien, en Jesucristo, se nos da como prueba de su amor a todos nosotros; para convertirnos y resucitarnos dándonos una vida diferente, nueva, eterna, mediante la fe, la esperanza y la caridad que provienen de nuestra confianza puesta en Jesucristo por su entrega total.
También está claro que no podemos resucitar si no morimos, sobre todo al mal y al pecado, ese paso hay que darlo, ya que la vida plena no se puede gozar en este mundo, en esta historia nuestra ni en nuestros proyectos egoístas, sino que está en las manos de ese Dios que nos ha revelado la única manera de ver nuestro futuro como algo positivo y bueno; desde el triunfo, sobre el mal y la muerte, de la verdad total, de la misericordia, del amor infinito, del bien, de la vida; desde esa entrega amorosa a los demás y al proyecto del Reino de Dios.
Ciertamente, esa lucha contra la injusticia, la mentira, el mal y el pecado, nos exige sacrificios y nos puede llevar a persecuciones, opresión, padecimientos y a una muerte terrenal provocada por otros e injustificada, pero el triunfo de la resurrección de Jesucristo ya se nos ha revelado y se cumple en nosotros; por nuestro testimonio, por nuestra acción benefactora, por nuestra confianza y esperanza en él; para que, siguiendo el mismo camino que Jesús Nazareno, hagamos todo el bien posible a los demás sin miedos, en favor de sus vidas y de su felicidad; de todos, como discípulos suyos; desde esa Palabra de Dios dirigida por el Espíritu Santo a todos los seres humanos que vivimos atenazados por nuestras miserias, egoísmos y temores; una palabra que nos abre veredas por donde transitar con Jesús, confiados en él, con la esperanza de que todo ello nos llevará a nuestra conversión, a una vida mejor aquí, y a la resurrección y eternidad en Dios.
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