Jesús Nazareno nos pregunta: Y vosotros ¿Quien decís que soy yo?
Citas:
1ª lectura: Isaías 22,19-23.
Salmo: 137 Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.
2ª lectura: Romanos 11,33-36.
Evangelio: Mateo 16,13-20.
Comentario: Frente a situaciones abusivas de impuestos, tributos, injusticias y pobreza que viven los pueblos dirigidos por personajes ambiciosos y egoístas, Dios siempre elegirá a otros seres humanos de su confianza fieles a su proyecto, como encargados de administrar su justicia a esos pueblos destrozados donde los pobres son cada vez más pobres y los ricos se hacen más ricos.
Quienes ostentan el poder gobernando los pueblos y cuidando de la ley, la justicia y la paz de los mismos, deberían aprender de una vez por todas que son administradores de ese Reino de Dios que Jesucristo nos ha traído y que no tienen derecho a sus privilegios personales, a coartar las libertades, ni a cometer injusticias y desigualdades que permitan la miseria de las gentes, actuando para su beneficio y el de otros; y menos aún, llevar a las comunidades que dirigen a la confrontación, la violencia y las guerras.
La impotencia de los pobres, desamparados y desasistidos frente a lo que han sido los designios de la historia de la humanidad ha de encontrarse con el misterio de un Dios a quien nadie puede exigirle nada porque nadie le ha dado nada; al contrario, todo lo hemos recibido de Él. Todos deberíamos admirar la sabiduría divina y su revelación de salvación para todas las personas. Nadie puede discutir sus deseos y su soberana libertad para salvarnos, a la que todos los pueblos estamos llamados, por encima de nuestros egoísmos y de las leyes de los poderosos.
Esa revelación de salvación hecha por Jesucristo y esa acción salvadora de Dios, ha sido otorgada a la comunidad, la Iglesia, que confía plenamente en Jesús de Nazaret como enviado de Dios y Mesías salvador. Nuestra respuesta personal al interrogante que hoy en día nos sigue haciendo Jesucristo, ha de ser la misma que la de Pedro, desde la fe y la fidelidad en el Dios salvador.
Necesitamos aprender a vivir en esa comunión de fe que nos salva y en ese misterio de fidelidad al Dios uno y trino, para asumir la misión de la entrega y el servicio en el seno de la misma para el bien común de todos los demás, desde el perdón, la misericordia y el amor. Y es que el cambio personal de actitudes; de nuestras acciones para con los demás, es lo que nos constituye como verdadera Iglesia y no sólo los sacramentos.
Es nuestra esperanza en Dios y nuestra fe en Jesucristo, lo que nos hace ser personas libres ante las servidumbres y esclavitudes mundanas; pues su entrega desenmascara nuestros egoísmos; su justicia sacude nuestras seguridades y privilegios; su amor y ternura ponen al descubierto nuestras mezquindades y miedos. Hemos de aprender a abrirnos al misterio de un Dios Padre; el Dios de la vida, llevados de la mano de Jesús Nazareno, reproduciendo sus gestos humanos de entrega, ternura y amor a todos los demás sin excepciones.
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