Hay que tener pasión por la vida, como Jesucristo.
Citas:
1ª lectura: Job 7,1-4.6-7.
Salmo: 146 Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.
2ª lectura: 1ª Corintios 9,16-19.22-23.
Evangelio: Marcos 1,29-39.
Comentario: Es inquietante ver con qué facilidad nos acostumbramos al mal y a la muerte. Los dolores, los sufrimientos ajemos y la muerte inocente de otros, nos preocupan poco en realidad. Cada uno nos interesamos por nuestro bienestar y seguridad personal pero somos incapaces de amar la vida en general y de ver a los que malviven a causa de los egoísmos e intereses de otros. Muchos pasan su existencia con el sentimiento escéptico de que no queda otro remedio que vivir así, sin valorar el misterio y el milagro que es la vida en sí misma a pesar de nuestras miserias, de todo lo inhumano que nos rodea y del trabajo que nos supone vivir desde la entrega y servicio a los demás y contra las esclavitudes y opresiones impuestas por muchos poderes e instituciones, e incluso por nosotros mismos, según nuestra naturaleza y condición. A pesar de todo ello, la vida es hermosa y el que nos ha creado lo ha hecho para nuestra felicidad. Somos nosotros los que hemos de romper esas cadenas que nos atan a lo negativo y esperar nuestra liberación del mal a pesar de las realidades que nos rodean y de lo que esto supone para nuestra existencia en este mundo.
¿Se puede dejar de anunciar la buena noticia del Evangelio porque esta vida es cómo es? ¿Por qué complicarnos la vida con las miserias y esclavitudes de los demás si nosotros ya tenemos las nuestras? ¿Cuál es nuestra paga por anunciar y poner en práctica esta buena noticia?
Es Dios mismo en Jesucristo quien nos elige para esa entrega y esa misión liberadora del mal y de la muerte en el mundo, nuestra paga es esa misma liberación, haciendo posible esa buena noticia que emana de las entrañas del propio Dios Creador.
En nuestra vida cotidiana; enfermedad, dolor, muerte y opresión nos acechan continuamente pero eso no es obra de Dios, al contrario, Él es quien busca a las personas para darnos esperanza y felicidad. La fuerza irresistible del Evangelio no la pueden manejar a su antojo las autoridades ni los que creen ser poderosos, ni tampoco nosotros. Jesucristo nos enseña a aliviar los dolores, la enfermedad, la muerte… desde nuestra actuación, según el conocimiento que tengamos de la naturaleza, de nuestra condición humana y de nuestra historia; pero también desde la fe y la esperanza puesta en Dios y en su proyecto evangélico.
Cuando la realidad no podemos ni sabemos cómo cambiarla, hemos de aprender a buscar la fuerza poderosa de la oración y de la comunión con Dios y con los demás, desde la fe, esperando en su bondad infinita frente a los opresores y las miserias de esta vida nuestra. Jesús Nazareno viene de parte de Dios para solidarizarse con nosotros en este sentido y entregar su vida por toda la humanidad entera, luchando contra un sistema donde se culpa a Dios de los enfermos, los pobres, los marginados… sin entender que son ellos los que nos evangelizan, que a ellos se acerca Dios en Jesucristo y que con ellos nos llega a nosotros la alegría del evangelio, la satisfacción de ser útiles a los demás.
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