Salmo: 127 Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.
2ª lectura: Colosenses 3,12-21.
Evangelio: Lucas 2,22-40.
Comentario: Cada vez con más frecuencia, los medios informativos comunican noticias sobre los problemas y la violencia que se dan en el ámbito familiar y cómo afectan a los mismos las transformaciones de la sociedad, las distintas clases de uniones entre personas, catalogadas como distintos modelos de familia y la educación.
Es en el seno de la familia donde cada persona va creciendo, educándose y madurando para ir cincelando su personalidad y su psicología según las tradiciones y la cultura de los pueblos para posteriormente llevar a cabo adecuadamente un proyecto integrador como ser humano en la sociedad que le rodea. También la educación responsable que elijan libremente los padres, tiene mucho que ver en este desarrollo de la personalidad.
Las familias están formadas por padres, madres e hijos; nadie viene a este mundo sin el proceso biológico de la fecundación a no ser por un milagro misterioso de Dios; y el ser padres, aunque aparentemente sea lo más fácil, también es un misterio de la vida; y aunque no siempre se da de forma natural, sabemos que está en manos del Dios de la vida a pesar de los avances de la ciencia y de la medicina. Tampoco el desarrollo de la persona lo podemos reducir a lo meramente biológico; es necesario lo afectivo; la convivencia en la familia desde la verdad, la misericordia y el amor para hacerlo adecuadamente.
Hoy que tanto se habla de educación en valores, de conciliación laboral y familiar, de evitar la desestructuración en las familias; no se tiene demasiado en cuenta ese código ético doméstico que en la carta a los colosenses nos recomienda San Pablo como comportamiento para las familias y las comunidades cristianas, basado en la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia y sobre todo el amor mutuo; probablemente porque forma parte de una ética que no se queda en lo meramente humano, sino que trasciende a lo religioso, algo que actualmente nos parece superado e incluso estrecho de miras en algunos aspectos, como el de la sumisión, ya que defendemos mucho la igualdad, aunque sólo sea de boquilla. Lo que tiene que quedar claro es que no podemos construir una ética familiar que esté contra los derechos y la dignidad humana.
Hoy sigue siendo urgente recuperar: el sentido de la honra, del respeto y de la ternura para con los padres; las actitudes de paz, de perdón, de paciencia y de amor mutuas… para llegar a una buena comunión familiar, desde la convivencia el diálogo y la entrega mutua, y así evitar la discusión la confrontación y la violencia. Únicamente el Espíritu del Bien y de la Vida que emana del mismo Dios nos pueden mover a las familias para un correcto desarrollo y una buena educación de los hijos y nietos para el bien común de la familia y de las sociedades en general. Cualquier otro tipo de interés egoísta complicará el desarrollo de las personas para su bien, su libertad, sus responsabilidades y su dignidad. Jesús Nazareno también necesitó de una familia que acogiera los planes de Dios para su crecimiento y robustecimiento como Hijo de Dios lleno de sabiduría y de gracia.
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