Una herencia preparada desde la Creación; el Reino de Dios que trae Jesucristo.
Citas:
1ª lectura: Ezequiel 34,11-12.15-17.
Salmo: 22 El Señor es mi pastor, nada me falta.
2ª lectura: 1ª Corintios 15,20-26.28.
Evangelio: Mateo 25,31-46.
Comentario: No puede ser buen futuro ni buen destino para la humanidad: la disgregación, el separatismo, la confrontación, el odio, la guerra… sino la comunión en la vida desde la misericordia. Hemos de aprender a enrolarnos, libre y gustosamente, en aquellos proyectos que tiendan a humanizarnos, a facilitar la vida, a fomentar la comunión y la entrega, a hacer posible la justicia y la paz desde esa equitativa distribución de los bienes materiales y naturales según las necesidades, desde el respeto a la diversidad cultural, ideológica, religiosa… y desde el compromiso por alcanzar los derechos humanos para todos.
La figura del Buen Pastor nos expresa cual debería de ser la tarea de los mandatarios y reyes para con sus pueblos; no desde los privilegios, sino desde la misión y el compromiso de ser guías de todos que protejan y defiendan a los que tienen más necesidades, mirando por el bien común y buscando y curando a los que andan perdidos heridos y descarriados.
Los profetas también nos han descrito la acción de Dios de esta misma forma; como pastor ideal que nos protege, nos guía, nos cuida… y garantiza el bien común, la seguridad, el bienestar y la paz de todos, y que históricamente ha venido contando para ello con nuestros dirigentes y reyes a quienes vemos muchas veces incapaces de cumplir con esta tarea, por eso es el mismo Dios quien al final asume y lleva a cabo esa lavor salvífica, demostrándonos cómo hemos de actuar según las palabras y obras del propio Jesucristo. Al final será este Buen Pastor quien discernirá, con Justicia Divina, entre cada uno de nosotros para ver a qué hemos dedicado nuestra vida y los talentos con los que nos dotó desde su Espíritu.
San Pablo nos enseña cómo en la resurrección de Jesucristo todos hemos sido llamados a la vida definitiva en Dios, y cómo hemos de pasar de la experiencia universal de la muerte desde Adán a la experiencia universal de la vida desde Jesucristo, que es el proyecto original de Dios. Para ello hemos de seguir un proceso y un orden: primero, experimentando la fuerza de ese poder vivificador del Espíritu Santo, como hizo Jesús Nazareno, siendo él la primicia, luego todos los que lo han seguido fielmente y por último todos los realizadores del bien a los demás, aunque no hayan participado de la fe y de los signos sacramentales cristianos. Al final el Dios de la vida lo será todo para todos.
Hemos de aprender a trabajar por el Reino de Dios saliendo al encuentro de los demás, de todos los seres humanos sin excepción pero sobre todo si son vejados en su dignidad; sin preguntar procedencia: social, étnica, religiosa… manifestándoles realmente el amor misericordioso de Dios Padre, como hace Jesús Nazareno, rompiendo todas las barreras y ofreciéndo otra posibilidad de vida más humanizadora y liberadora para mayor felicidad de todos. Es necesario saber discernir, ya que es el servicio, la entrega y el compromiso para el bien común verdadero, lo que hace posible ese reino y su herencia.
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