27/10/2024: XXX Domingo del tiempo ordinario.
Jesús Nazareno nos pregunta ¿Qué quieres que haga por ti?
Citas:
1ª lectura: Jeremías 31,7-9.
Salmo: 125 El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.
2ª lectura: Hebreos 5,1-6.
Evangelio: Marcos 10,46-52.
Comentario: Muchas personas, cuando no les va muy mal en la vida, prefieren no ver la realidad de los otros, de los que están fuera de los caminos al borde de los mismos, y se limitan a vivir sus momentos de gloria pasando de largo sin percatarse de la existencia de estos desfavorecidos, ignorándolos. Otras veces, somos nosotros mismos los que estamos sumidos en esa oscuridad de la realidad que nos postra en ese borde del camino, sentados, pidiendo unas monedas que nos den bienestar o algo que nos dé una falsa felicidad y reivindicando esa justicia y esa paz que entendemos que se nos niegan, porque, cuando invocamos ayuda para que tengan piedad de nuestra situación, siempre hay otros que no nos hacen caso y nos mandan callar para que no molestemos.
Ante las cegueras del mundo nuestro, tenemos que gritar fuerte frente a los que no quieren ver, ni escuchar, ni molestarse por nadie. Y hemos de hacerlo con la confianza de que Jesucristo sí nos va a escuchar y con la seguridad puesta en lo que Dios puede hacer por todos y cada uno de nosotros, no debemos ni podemos renunciar a ello. Es ese grito de esperanza ante el enviado de Dios Padre, lo que nos va a permitir nuestra curación, y ante su llamada, salir de nuestra oscuridad, dejar nuestros apoyos y comodidades y poder seguirle. Como al ciego Bartimeo la respuesta de Jesús Nazareno siempre va ser: ¿Qué quieres que haga por ti? Y nuestra petición ha de ser desde la fe ciega en él: Maestro, que pueda ver. Ten compasión de mí; libérame de mis miserias, mis egoísmos, mis incapacidades, mis desesperanzas y mis miedos; ayúdame a caminar tras tus pasos.
Únicamente desde la fe, podemos curarnos de nuestras debilidades y cegueras y de manera firme e inalterable, caminar tras los pasos de Nuestro Señor Jesucristo como discípulos fieles, desde la entrega y el amor a todos los demás sin discriminación, aceptando la comunidad de seguidores desde esa confesión de fe compartida, desde nuestra fragilidad e imperfecciones pero desde la unidad y la riqueza en la diversidad a través de lo que cada uno puede dar de esos dones recibidos de la mano de Dios.
Nuestra fe debemos expresarla con gestos, por ello, no podemos permanecer quietos una vez que escuchamos, a través de los demás, su llamada; hemos de levantarnos y conocer su voz y sus palabras; y una vez curados poder ver y seguir el camino de Jesucristo en medio de las dificultades que encontremos para hacer todo el bien posible a los demás, sin egoísmo y sin odios ni rencores ante quienes nos planteen dificultades. Él a cambio, nos seguirá ofreciendo su luz para ver realmente nuestras situaciones, incluso en la oscuridad, para ello nos dará la sabiduría de Dios, su Espíritu y nuestro destino orientado siempre en favor del bien, de la verdad, de la justicia de la paz y hacia una vida dichosa y eterna.
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