20/10/2024: XXIX Domingo del tiempo ordinario.
Jesucristo llena de misericordia toda la tierra.
Citas:
1ª lectura: Isaías 53,10-11.
Salmo: 32 Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
2ª lectura: Hebreos 4,14-16.
Evangelio: Marcos 10,35-45.
Comentario: A lo largo de toda nuestra historia siempre ha estado presente el sufrimiento humano, unas veces provocado por nuestra fragilidad ante las normas y las leyes que rigen la naturaleza, otras, las más, por nuestro comportamiento y los desastrosos acontecimientos que los propios seres humanos ponemos en marcha debido a nuestros odios y egoísmos y que, como podemos comprobar, continúan dándose en la actualidad. Nunca han estado más vigentes, ni tienen más relevancia que ahora, estas palabras de Jesús Nazareno a los suyos: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen… No será así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor. Nuestro gran error es pensar que sólo desde el poder, desde los primeros puestos como mandatarios y desde la riqueza vamos a vivir más felices y nos vamos a librar de experimentar en nosotros y en nuestras familias el sufrimiento, el dolor y la muerte.
Jesucristo viene como Hijo de Dios y Mesías Redentor a revelarnos, desde su entrega y amor, a ese Dios Padre creador y dador de vida, que desea como nosotros nuestro bien; que no puede quedar impasible ante los dolores y los sufrimientos humanos. Viene a advertirnos, desde el bien que anhela todo ser humano, que es necesario que también nosotros, ante cualquier mal que provoque sufrimiento, actuemos comunitariamente, desde el amor y la misericordia de Dios para el bien de todos sin excepciones, reconociendo que ese Dios, único bien, está en todas partes, pero sobre todo cercano al ser humano y sus miserias. Un Dios a quien no le importan los sacrificios rituales de las antiguas religiones y sacerdotes; sino el Espíritu de bondad y sacrificio, que por los demás porta cada ser humano y que es lo que nos hace imagen y semejanza suya.
El cristianismo tiene una moral propia, la única que conduce a la verdadera vida. No se puede vivir bien, felices y en paz desde el egoísmo y el individualismo, desde la independencia que levanta murallas y diferencias, desde la pugna y la confrontación por alcanzar el poder y dominar a los demás sojuzgándolos, desde la riqueza y las ideologías que sólo buscan el bien particular o partidista y no el de todos… Nuestra moral debe de ser la del verdadero amor que nos pide la entrega de la vida haciendo todo el bien que se pueda a todo el género humano, viendo en los demás el mismo rostro de Jesucristo; un Dios sufriente que se entrega por la humanidad.
Hemos de entender la vida como un itinerario de entrega y sacrificios hacia realidades nuevas y superiores de mejora que den pleno sentido y dignidad a la vida del ser humano; como una oferta atrayente y necesaria en medio de un mundo que cada vez sufre más la tentación de cerrarse a sí mismo y auto destruirse con guerras nucleares. Jesús Nazareno es quien nos abre el camino y nos marca la dirección correcta y las actuaciones que conducen a esa nueva vida y a nuestra salvación
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