Comentario: Si analizamos nuestra existencia humana podremos observar cómo cada persona está muy ocupada con sus cosas cotidianas: su subsistencia, su trabajo, su familia, su poder adquisitivo, sus bienes, su salud, sus ocios y descansos… pero cada uno en su pequeña parcela limitada. Vivimos agobiados por muchos acontecimientos negativos de cada día que no nos gustan por ser contrarios a la propia vida nuestra y la de aquellos a quienes queremos, acontecimientos de los que intentamos huir o al menos salir ilesos si se producen, pero sin saber cómo; observando los ataques que otros sufren en su vida y en su dignidad, desde la injusticia, la mentira, el mal, el egoísmo, el incumplimiento de los derechos humanos… pero sin atrevernos a complicarnos la vida ni hacer nada, inmovilizados por nuestros miedos e inseguridades; como las ovejas sin pastor cuando ven venir al lobo. También vemos como otros semejantes se erigen a sí mismos en nuestros supuestos salvadores; pastores falsos, manipuladores de los rebaños, que van únicamente a sus intereses personales, cuando no creando conflictos, confrontaciones y odios, que terminan en guerras crueles, en destrucción, dolor y muerte.
Quizá, el descanso veraniego nos venga bien para retirarnos a meditar desde la llamada de Jesucristo de: “venid, vamos a un lugar tranquilo a descansar”; o mejor de: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré” y así reflexionar sobre nuestra misión encomendada por él, como discípulos suyos. ¿Qué es lo que tenemos y debemos hacer? ¿Para qué hemos nacido y estamos aquí? ¿Cuál es nuestra misión en la vida?
Hemos de aprender a considerar que es el mismo Dios de la vida quien interviene en medio nuestro valiéndose de Jesús Nazareno; el Buen Pastor; que con sus palabras y obras, trae al mundo la verdadera justicia, el derecho y la paz, para todos sin excepción; es decir, la verdadera salvación que sólo se puede fundamentar en la misericordia y en el verdadero amor.
Quizás, para alcanzar la paz en el mundo lo más importante debiera ser comenzar por alcanzar primero la nuestra; esa que surge desde nuestro interior por el acercamiento y la reconciliación con el Dios de la vida y con su proyecto para todos nosotros, entendiendo que hemos de ser sus colaboradores. Una paz don del mismo Jesucristo por su misericordia y entrega total y amorosa al género humano, que nos anima a actuar como un único rebaño para conducirnos con seguridad por los oscuros caminos de la propia existencia. Debiéramos saber escuchar e interpretar, desde nuestro interior, la voz del único Buen Pastor, aprendiendo a discernir entre las voces, consejos y mandatos de todos los demás falsos pastores.
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