Salmo: 28 El Señor bendice a su pueblo con la paz.
2ª lectura: Hechos de los apóstoles 10,34-38 o bien Juan 5,1-9
Evangelio: Marcos 1, 7-11.
Comentario: Tendríamos que preguntarnos todos, ¿Quiénes son los que hoy en día acogen verdaderamente la misión de la defensa de los derechos humanos y del derecho de: los pobres, los huérfanos, las viudas, los indefensos… como nos cuenta Isaías? También ¿Quiénes son los que realmente están capacitados para realizar esta misión? Pues no es fácil promover e implantar el derecho en los pueblos y en las naciones de la Tierra. Ser llamados a esta tarea para desempeñarla adecuadamente, es un gran privilegio que viene de Dios. Únicamente los siervos de Dios pueden hacerlo bien. Y no es fácil ser un siervo del Dios de la vida que sea modelo de respeto y de mansedumbre; capaz de realizar la restauración de la sociedad en favor de la vida de todos, sin discriminaciones, con energía, con amor, sin violencia y con la firmeza de la sabiduría, la razón y el espíritu del bien; desde la entrega total de su propia vida y sin ningún tipo de interés egoísta ni partidista.
Está claro que ante tan ardua tarea es necesario el auxilio del Espíritu de Dios para no dejarse arrastrar por la acepción de personas, ni por las debilidades ni los intereses humanos; Sólo así podrá implantar el derecho con limpieza, ecuanimidad, equidad y firmeza; siendo modelo de persona a seguir, ya que aspira a la salvación y el bien común para todos.
Únicamente Jesús Nazareno fue ungido de tal manera por el Espíritu Santo para ser nuestro Redentor y Salvador. Sólo desde el Bautismo cristiano y los demás sacramentos instituidos por Él, podemos lograr ese Espíritu profético ante un mundo hostil y agresivo; cualidades del verdadero Siervo de Dios al servicio de la salvación de la humanidad y de la vida.
Como hombre perfecto y verdadero Siervo e Hijo de Dios que confía plenamente en la voluntad del Padre, Jesucristo pasó por esta vida haciendo el bien, a pesar de las dificultades, incomprensiones y rechazos. Un bien que no es únicamente para sus seguidores ya que abarca a la humanidad entera. Una misión que el Dios de la verdad, la vida, la justicia, la paz, y el amor (Padre, Hijo y Espíritu Santo) también nos encomienda a todos nosotros, y sobre todo a los creyentes seguidores de Jesucristo, a pesar de nuestros errores y pecados, como siervos e hijos suyos por el Bautismo Cristiano.
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