La venida de Dios a nuestras vidas; verdadero motivo de alegría y seguridad.
Citas:
1ª lectura: 2º libro de Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16.
Salmo: 88 Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
2ª lectura: Romanos 16, 25-27.
Evangelio: Lucas 1,26-38.
Comentario: La alegría parece imposible cuando vivimos tan amenazados y con tantos miedos como nos llegan: Desde fuera; en estos tiempos de incertidumbre y oscuridad, llenos de injusticias, confrontaciones, terrorismo, amenazas con armas de gran capacidad destructiva, guerras, etc. Y desde dentro, por nuestros problemas y dificultades ante el futuro, por nuestras contradicciones e incoherencias, por nuestros miedos a la enfermedad y a la muerte… ¿Cómo podemos ser felices cuando experimentamos tantos sufrimientos sobre la Tierra, y reír entre tanta lágrima derramada? ¿Cómo podemos olvidar nuestra impotencia y nuestra cobardía para enfrentarnos sin miedos al mal?
Siempre son los más pequeños, los insignificantes y humildes que sufren, los que mejor entienden y acogen la buena noticia que viene de parte de Dios; por eso el nacimiento de Jesús Nazareno se anuncia allí, en Nazaret, un pueblo desconocido de Galilea de donde nadie espera que salga nada importante.
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” es lo primero que María Santísima escucha de parte de Dios y lo que nosotros hemos de saber escuchar también en estos tiempos. Una alegría que no es optimismo forzado, ni autoengaño fácil basado en la felicidad banal y consumista a la que nos someten los poderes de esta sociedad. Es la alegría interior a la que se nos invita desde la Palabra y el Espíritu de Dios, el mismo que está en el origen del nacimiento de Jesucristo, cubriendo a María, y por el que Jesús será llamado Hijo de Dios y Salvador del Mundo, ya que nace como fruto de la fe, la actitud de María y el amor de Dios a toda la humanidad.
Gracias a su Encarnación, Jesucristo se hace presente allí donde las personas viven, trabajan, gozan y sufren. Vive entre ellos y se queda para siempre entre nosotros, aliviando el sufrimiento y ofreciendo el perdón y la misericordia del Padre a todos. Es Dios hecho carne que pone su morada entre los seres humanos y comparte nuestra vida, dándole así verdadero sentido y dignidad; para acompañarnos, defendernos ante el mal y fortalecernos para buscar siempre nuestro bien y el de los demás.
Se nos ha olvidado que cuidar nuestra vida interior desde el Espíritu de Dios, es mucho más importante que todo lo que viene de fuera. Si vivimos desde el egoísmo y la maldad o simplemente vacíos por dentro, sin atender al amor y a la misericordia que vienen del Espíritu de Dios, somos vulnerables a todo y no sabremos defendernos de lo que nos hace daño, del mal, de la muerte. Nos falta la fuerza de la fe para que, como María; mujer creyente, sintamos ese gozo desde el Espíritu, de la venida al mundo de un Dios Salvador que levanta a los humildes y dispersa a los soberbios, que colma de bienes a los hambrientos y a los ricos despide vacíos. Y sin sentir miedo a lo que nos pase en esta vida, sepamos dedicarla a hacer todo el bien que podamos a los demás, viviendo desde la esperanza, sintiéndonos en comunión, unidos a Dios y sabiendo que Él está siempre con nosotros.
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