No podemos vivir desde la venganza, sino desde la compasión y el perdón.
Citas:
1ª lectura: Eclesiástico 27,30-28,7.
Salmo: 102 El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
2ª lectura: Romanos 14,7-9.
Evangelio: Mateo 18,21-35.
Comentario: Los seres humanos no estamos exentos de pasiones y egoísmos, por lo que desde el principio de nuestra historia, han venido surgiendo entre nosotros: el rencor, la ira, la venganza… ante lo que consideramos el daño que otros nos hacen. Eso nos lleva continuamente a confrontaciones, violencia, guerras… que nos impiden disfrutar algo más de nuestra vida en paz y en sosiego. Creemos ingenuamente que el mundo sería mucho mejor si todo estuviera regido por un orden según lo que cada cual consideramos estricta justicia para defender nuestros propios intereses y por el castigo a aquellos que según nuestro punto de vista actúan mal. La negación del perdón y el posicionamiento en contra del mismo, nos parece la reacción más normal ante lo que consideramos ofensas y olvidamos que a quien más puede beneficiar el perdón es al ofendido que perdona porque lo libera del mal y le aumenta su dignidad de persona.
La ira, el furor, la venganza… proceden también de nuestra maldad y no resuelven los conflictos sino que los agravan. Ya las escrituras del Antiguo Testamento nos avisan de estas maneras erróneas de pensar y actuar entre nosotros; una realidad que, a pesar de los avances democráticos aparentemente realizados en algunas de nuestras sociedades, permanece aún latente en el corazón de muchos individuos humanos modernos y progresistas. Únicamente desde la desaparición real de cualquier tipo de venganza del corazón humano, desde el respeto mutuo y el diálogo, desde el reconocimiento de los errores, desde la compasión y el perdón, será posible construir una sociedad basada en relaciones internacionales y de pueblos como Dios manda (la independencia total no existe) en colaboración mutua, en justicia, en igualdad, en paz.
La garantía para alcanzar el perdón suplicado ha de ser el perdón que hemos concedido previamente a los demás; no podemos pretender que nos perdonen nuestras maldades y ofensas cuando ni las reconocemos, ni hemos sido compasivos y misericordiosos con los demás.
Partiendo de que todos cometemos errores hemos de hacernos la pregunta que le hace Pedro a Jesucristo ¿Hasta cuantas veces hemos de perdonar? Según la Palabra de Dios la respuesta es “siempre”; en toda circunstancia, sin condiciones, como hizo Jesucristo desde la cruz; algo que encaja muy mal en nuestra mentalidad humana; pero si queremos ser herederos de ese Reino de Dios que pregona Jesucristo, hemos de seguirle a él, sobre todo en esto, sin vivir y morir para nosotros mismos, sino para Jesucristo; Señor de vivos y muertos. Dios perdona siempre gratuitamente y a todos, como vemos que hace Cristo; nosotros, al menos debemos intentar hacer lo mismo con los demás, pues el perdón, la remisión del mal, ha de ser gratuito, y universal si queremos crear un mundo nuevo y una humanidad nueva, pacífica, justa y más feliz.
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