Vivir nuestra fe desde el derecho y la justicia que Dios nos manda practicar.
Citas:
1ª lectura: Isaías 56,1.6-7.
Salmo: 66 Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
2ª lectura: Romanos 11,13-15.29-32.
Evangelio: Mateo 15,21-28.
Comentario: A pesar de las advertencias históricas de los profetas, de Jesucristo y de sus discípulos, hoy en día aún no hemos entendido bien que la transformación y restauración de las comunidades humanas, de los pueblos y del mundo entero, han de pasar obligatoriamente por hacer realidad entre nosotros de manera más convincente el derecho y la justicia; pues seguimos sin ponerlos en práctica de manera real y genérica; y sin cumplir con esos derechos humanos tan reivindicados por todos.
Este proyecto es social y religioso a la vez, porque Dios está en el corazón humano y en la vida en general. Y es que esa salvación que Dios ha prometido llevar a cabo ha de pasar a realizarse a través de las acciones de los seres humanos que somos también los que ponemos los impedimentos y los obstáculos para que de hecho se cumplan esa justicia, esos derechos y la paz.
Lo que más anhelan los pobres, los parias, los enfermos, los necesitados; desamparados y desasistidos… es el cumplimiento de ese derecho y de esa justicia verdaderos que provienen de la misericordia y de la gloria de un Dios Padre revelado por Jesucristo con sus palabras y sus obras, quien se entrega para el bien de la humanidad por ese amor que nos trae y que nos tiene en nombre de Dios, siendo sacrificado por ello por el egoísmo de los que se consideran poderosos, pero no vencido por la muerte que estos le imponen.
Todas las personas que hoy en día practican ese derecho y esa justicia están construyendo un mundo nuevo; el proyecto de Reino de Dios que nos trae Jesús Nazareno a nuestra vida humana. Y no hay nada que más anhele Dios que la justicia y la paz de la humanidad entera. La fe, la esperanza y el amor verdadero son la respuesta personal a un Dios que sale a nuestro encuentro y nos desvela su proyecto salvador y más allá de ese proyecto su condición de Padre misericordioso, bienhechor, que nos ha creado libres y que desea nuestra más profunda y sincera felicidad y salvación más allá de la muerte.
Vivir y expresar esa fe nos debe hacer que pasemos desde nuestra impotencia y cobardía a su fuerza y a su omnipotencia con la esperanza puesta sólo en su amor. Es necesario que como personas sepamos acoger esa fe en el Dios Padre que nos presenta Jesucristo y su proyecto, con amor de hijos y como hermanos, sin discriminación de género, raza, pueblo, nación.
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