Salmo: 117 Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
2ª lectura: 1ª San Pedro 1, 3-9.
Evangelio: Juan 20,19-31.
Comentario: Es evidente que nuestro cuerpo está formado por materia terrestre, una de las más abundantes el agua, pero toda nuestra materia vive como un todo y posee un Espíritu que nos diferencia, nos hace vivir, comunicarnos y buscar nuestro bien y el de aquellos a los que amamos. El signo más claro de la acción del Espíritu es esa vida nuestra; el soplo vivificador de Dios actuando en nosotros, que nos da: la fuerza, la perseverancia, la sabiduría, el discernimiento, la paz, el consuelo, la felicidad, el amor… de forma discreta y silenciosa.
Pero tenemos defectos y limitaciones; no estamos inmunizados contra el mal, por eso, en una sociedad materialista, egoísta y superficial que maltrata los valores del Espíritu, hemos de buscar a esa fuente última que nos apague la sed de los mismos. Y esa fuente de agua viva, por designio de Dios, fue, es y seguirá siendo; Jesucristo resucitado. Para entender su resurrección hay que verle, desde la comunidad, perseverar en las enseñanzas de los apóstoles sobre sus hechos y palabras, en la fracción del pan en la Eucaristía, en la oración…
También es importante que en esa comunidad se compartan la vida y los bienes, no como imposición, sino como una manifestación de esa nueva experiencia de vida desde el amor y no desde el egoísmo, para que no haya pobres ni marginados. Sin solidaridad no puede existir la comunidad ni la comunión. Es la fe en la resurrección lo que hace posible vencer al mal, a la muerte y todas las dificultades, opresiones y persecuciones de esta vida; ya que la fe es la confianza en el poder del Dios amor que ha de determinar nuestras actitudes en favor del bien y la salvación de todos sin excepciones, como hizo Jesucristo.
El reencuentro con Jesús ha de hacernos asumir nuestros compromisos y vencer nuestros miedos, pues él se hace presente entre nosotros aunque nuestras puertas estén cerradas por esos miedos. Sólo hemos de saber abrir bien las puertas de nuestro corazón dejándonos llevar por su Espíritu, vivo y presente entre nosotros, por sus palabras y obras; lo que ha de llevarnos a abrir puertas, romper barreras y comprometernos en la misión por él encomendada de amarnos de verdad unos a los otros, igual que Dios nos ama; desde esa seguridad y clarividencia que debe dar la verdadera comunidad cristiana. Nuestra fe no la podemos vivir, como le pasa al apóstol Tomás, desde el aislamiento y el personalismo, nuestro encuentro con Jesús Nazareno debe de ser en comunidad fraterna.
No podemos pretender que Jesús Nazareno se nos muestre a cada cual por separado. A Jesucristo hay que verlo desde la confianza y la fe en el Dios de la vida como Iglesia, y esa confianza se enraíza en la comunidad para experimentar el bien supremo y llevarlo a los demás. La Pascua es ese paso del Señor, don del amor ofrecido por Jesucristo, fuerza que empuja a la Iglesia a crecer y madurar para dar esperanza al mundo.
La Resurrección es la mejor expresión del poder de Dios y por eso todos estamos llamados, desde ya, a una regeneración vivificante, esperanza para la salvación de todos. La fe exige creer sin ver por eso “dichosos los que creen sin haber visto”.
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