PALABRAS DE VIDA: De lo que rebosa el corazón habla la boca

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02/03/2025: VIII Domingo del tiempo ordinario.
“De lo que rebosa el corazón habla la boca”
Citas:
1ª lectura: Eclesiástico 27,4-7.
Salmo: 91 Es bueno darte gracias, Señor.
2ª lectura: 1ª Corintios 15,54-58.
Evangelio: Lucas 6,39-45.
Comentario: La sabiduría humana es fruto de la experiencia de vida interior de cada persona y es fundamental para poder conducir adecuadamente nuestra existencia; una experiencia personal que nos hace ser prudentes y sensatos para caminar y seguir avanzando por este mundo. Deberíamos darnos cuenta que es la propia vida la que nos plantea, cada día, cada minuto, preguntas a las que hemos de dar respuesta; no solo con palabras sino con el valor de la verdad, con lo que corresponde a una conducta recta, justa y adecuada; asumiendo nuestras acciones y responsabilidades en cada momento. Nuestra sabiduría no está únicamente en nuestro desarrollo científico y técnico ni en saber ver los errores del otro, sino en saber considerar correctamente los nuestros para corregirlos y así poder pasar de situaciones de muerte a situaciones de vida. Hemos de saber plantearnos la vida desde la moral y el proyecto de Dios que trae Jesucristo y no desde nuestros proyectos e intereses. Tampoco podemos darle sentido a nuestra vida desde conceptos abstractos, difíciles de poder explicar, sino desde acciones concretas; por ello, nuestras virtudes y nuestra coherencia de vida entre lo que decimos y hacemos es lo que nos define como personas distintas. Siempre hemos de buscar el desarrollo y el bienestar de las personas, la justicia, la paz… desde la voluntad de Dios para el bien y la dignidad de todos.
Lo corpóreo y la manera de afrontar nuestras necesidades, no son las únicas cosas que nos identifican en este mundo como seres humanos, también nuestra manera de entender y afrontar la vida y nuestras relaciones con los demás. Por eso desde la fe y desde el proyecto de Dios, si nuestras acciones son coherentes con la vida de todos y la vida en general; esa colaboración con el Reino de Dios nos hace seguir viviendo en Dios y en su proyecto, aún después de la muerte; tal como ocurre con Jesucristo; resucitado y eternamente presente entre nosotros, sus discípulos; porque pasó por nuestra historia haciendo el bien.
Es esa sabiduría de Dios puesta en nuestro corazón, la que nos hace interiorizar lo que debe de ser la vida, el proyecto que Él tiene para nosotros desde su infinito amor y misericordia. Nuestro corazón y nuestra conciencia, como soplos de ese Espíritu de Dios, son la clave de nuestra responsabilidad personal y de los frutos que podemos dar durante nuestra existencia por este mundo, en pro de una vida eterna; frutos de los que otros dependerán y que también ellos deberán sembrar.

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