Jesucristo sigue viviendo en Dios, y nosotros; si le aceptamos y amamos.
Citas:
1ª lectura: Hechos de los apóstoles 8,5-8.14-17.
Salmo: 65 Aclamad al Señor, tierra entera.
2ª lectura: 1ª San Pedro 3,15-18.
Evangelio: Juan 14,15-21.
Comentario: Los seres humanos somos complejos, cada cual es un mundo de deseos, ambiciones, frustraciones, miedos, dudas… Desconocemos hacia donde se dirigen nuestras vidas, cómo y de qué manera va a terminar todo. ¿Quién nos puede enseñar a vivir de una forma más acertada?
No sirven los planteamientos abstractos ni teóricos. No basta con normas y directrices correctas. Lo importante es actuar en cada momento de manera positiva, sana, favorecedora de la vida. Para los cristianos Jesucristo es siempre nuestro gran maestro de vida que, aunque no pueda ya ser visto por nosotros con la luz de este mundo, sí puede ser captado con los ojos de la fe; en el misterio de la eucaristía y los sacramentos y en sus palabras y obras.
Necesitamos que otros nos comuniquen y recuerden la verdad de Jesús Nazareno. Es el Espíritu quien otorga a la comunidad cristiana la libertad y el valor necesarios para actuar, junto a la reflexión de la Palabra de Dios. Los seguidores de Jesucristo hemos de explicar los motivos y fundamentos de nuestra fe y esperanza a quienes nos lo demanden, dando testimonio de ello con nuestras obras de caridad.
No podemos reducir nuestro testimonio sólo a ciertas manifestaciones cultuales; hemos de dar pleno sentido a nuestra vida entera, sin ocultar nuestra verdad, comunicándola, a pesar del riesgo de sufrir incomprensión, adversidad y persecución. Se trata de vivir con la fe y la esperanza puestas en Jesucristo con el fin de alcanzar un mundo futuro de justicia, paz y amor, más allá incluso de la concordia entre los pueblos y de nuestra historia, porque él nos ha ganado a todos para esa nueva vida.
Si aceptamos y amamos a Jesucristo estamos también llamados a amarnos y aceptarnos los unos a los otros como único mandamiento nuevo, incluso a los que nos odian. Para llevar adelante este mandamiento necesitamos quien nos ayude: El Espíritu de Jesucristo; del Dios padre revelado por él; el Espíritu de la verdad manifestado en obras de misericordia y que el mundo tanto aborrece; con ese Espíritu Paráclito; abogado defensor, auxiliador, valedor, intercesor; seremos más fuertes. Es ese el Espíritu que Jesucristo promete a sus seguidores, el que permanecerá presente aunque nos falte su presencia como hombre.
Un Espíritu que da testimonio de su resurrección, poniéndonos en la verdad y liberando nuestras conciencias. Para dar razón de esta esperanza, nuestras actitudes deben ser: mansedumbre, ecuanimidad y sosiego en situaciones límites provocadas por la violencia y la injusticia; respeto por los demás que se exprese en el modo de entender a las personas que nos rodean para una conciencia desde la paz; buena conciencia, que conlleva la sinceridad en los gestos, animada por las palabras, hay que ser coherentes con nuestra fe sin dar motivo de escándalo a nadie.
Y si es la voluntad de Dios, mejor es padecer haciendo en bien que haciendo el mal. El Espíritu de Dios ha de generar en nosotros un estilo nuevo de vida alejada de la mentira y del egoísmo.
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